El título de esta obra, aludiendo al comunismo originario y la lucha de clases, podría levantar suspicacias por su carga política, más teniendo en cuenta que su objetivo es llegar al público general. Que la ciencia no es aséptica es algo asumido y declarado por el autor, tanto en el mencionado título como en el conjunto de su discurso, que expresa una posición política que no entra en conflicto con el rigor científico manifestado a lo largo del texto. El autor trata de sintetizar de manera honesta, sin ocultar su posición ideológica, y de forma rigurosa y documentada, los orígenes de la desigualdad social y los distintos tipos de dominación que persisten hasta nuestros días (de género, clase y del estado). Ofrece con ello un buen estado de la cuestión, en el que combina lo que la historia, la etnografía y la arqueología han aportado a la discusión sobre este tema de tan hondo calado, ofreciendo multitud de bibliografía y ejemplos.
En el prólogo, Villalobos expone los motivos de la redacción del libro, apuntando que su fin: “no es, ni pretende ser, un manual” (p. 21). Sin embargo, considero que el libro sí funciona como un manual académico, especialmente relevante en un momento en que la teoría arqueológica se ve apartada de los planes de estudio universitarios y la arqueología se presenta como carente de ideología. Lamentablemente, la editorial Sabotabby Press ha cerrado, por lo que no es posible adquirir el libro.
Dada la intención del autor de divulgar entre el público general, el libro es ameno y utiliza un lenguaje adecuado, pero manteniendo un tono y estructura científica. Facilita las referencias al prescindir del sistema de citas habitual. Introduce tecnicismos y conceptos científicos solo cuando es necesario, remitiéndose a un glosario final muy útil.
La organización del libro es muy acertada. Los capítulos son entidades independientes, pequeños estados de la cuestión que abordan materias concretas desde lo general a lo específico. El libro puede ser leído como una gran síntesis con una hipótesis concreta, un marco teórico bien definido, además de unos objetivos divulgativos que logra cumplir.
El primer capítulo nos sitúa en un occidente patriarcal, estratificado y jerarquizado que, tras las exploraciones europeas al final de la Edad Media, toma consciencia de otro tipo de organizaciones sociales. Sintetiza la evolución de la intelectualidad europea desde el siglo XVII respecto a las sociedades sin estado, mostrando cómo los estudios sobre ellas pasaron de ser un mero trasunto de las inquietudes políticas de los autores que las trataron hasta convertirse en un auténtico sujeto de estudio. Engels y su propuesta sobre el ‘comunismo originario’ marcan un nuevo estadio en la investigación, destacando las preguntas sobre el paso de ese comunismo prístino a una sociedad basada en la explotación y desigualdad.
El segundo capítulo presenta la idea de comunismo originario e introduce conceptos clave para entender la obra. Desde la etnografía, demuestra la heterogeneidad de las sociedades sin estado, clasificando sus puntos comunes en cuatro ítems: economía, sociedad, política y mentalidad. Villalobos presenta diferentes subdivisiones sociales decantándose por la de Fried ‒sociedades igualitarias, de rango o estratificadas‒ basada en sus relaciones sociales.
Aborda el origen del patriarcado, la propiedad privada y el Estado. Introduce conceptos como la diferenciación sexo-género, tipos de familia y linaje, excedente, tributo y reciprocidad... Destaca contribuciones posteriores de autores como Lerner, Coontz y Henderson sobre la cosificación y subordinación de la mujer; Boserup acerca de la producción y el trabajo; Graeber y Hernando sobre los diferentes tipos de reciprocidad; y Kropotkin con su concepto del apoyo mutuo. Finaliza con las posturas de la antropología anglosajona frente a la marxista iberoamericana sobre el Estado, y la obra de Trigger, su tratamiento de las sociedades estratificadas y el concepto de ‘consentimiento pasivo’.
El tercer capítulo expone la arqueología como disciplina, sus herramientas y su capacidad para conocer las sociedades a través del registro material. Este capítulo supone el nexo entre lo relatado y el análisis del registro material que desarrolla en los capítulos cuarto y quinto. Realiza una síntesis sobre el origen, evolución y dimensión política de la disciplina, centrándose en la Prehistoria Reciente y la arqueología social.
El autor explica de manera didáctica los pasos que guían la investigación arqueológica, utilizando un caso práctico para identificar una sociedad estatal y explorar el origen del Estado. Compara los postulados funcionalistas ‒necesidad adaptativa‒ frente a los marxistas ‒herramienta de explotación‒ para explicar el Estado. A pesar de la falta de consenso en la explicación de su origen, el autor expone un reconocimiento generalizado de su naturaleza de herramienta que permite a una minoría ejercer poder sobre una mayoría, aunque en ocasiones ofrezca servicios positivos (p. 122).
El cuarto capítulo se centra en Europa y las teorías que han guiado la investigación en relación con Próximo Oriente, desde ideas nacionalistas como ‘la cuna de la libertad incorrupta’ a otras más liberales como ‘la antorcha de la civilización’, según lo recogido por Kristiansen en Europa antes de la Historia. La dicotomía entre desarrollo autóctono y foráneo copó los modelos explicativos de la arqueología del siglo XX. Villalobos parte de las teorías de Childe, que desde el marxismo trató las desigualdades sociales generando su modelo de las dos revoluciones ‒agraria y urbana‒, integrando las fases de Morgan y conjugando parcialmente las tesis orientalistas y occidentalistas. Continúa con la tesis de Renfrew, que defendió influencias de colonos orientales durante el Neolítico europeo con un desarrollo posterior propio, y Gimbutas, que atribuyó cierto igualitarismo matrilineal a las comunidades neolíticas europeas, alterado por la expansión de población póntico-caspia patriarcal, belicista y jerárquica en lo que definió como kurganización. El capítulo concluye con la hipótesis de Sherratt sobre la revolución de los productos secundarios, que combina la agricultura con el uso de productos derivados del ganado (lácteos, tracción animal, abono…), cuya generación de excedente llevaría del igualitarismo a la estratificación social.
En cuanto a la investigación en el siglo XXI, Villalobos realiza una certera crítica sobre el impacto social del análisis de ADN antiguo. Explica la técnica y su utilidad en la arqueología, y aborda las repercusiones sociales de la arqueogenética y las ideas migracionistas que sostiene, usando el trabajo de K. Kristiansen como ejemplo. Concluye con un análisis de la arqueología social en el momento actual de redefinición de modelos y teorías. Destaca cómo, en este proceso, nuestras asunciones explícitas e implícitas deben ser cuestionadas como resultado de la enorme heterogeneidad de formas sociales del pasado, que en ocasiones son difícilmente encajadas en las categorías que tradicionalmente la arqueología ha venido manejando.
El descubrimiento de la variabilidad de organizaciones políticas y sociales es uno de los grandes hallazgos de la arqueología social gracias al avance de la teoría. Villalobos ofrece numerosos ejemplos, como el trabajo de S. Green (Killing the Priest-King: Addressing Egalitarianism in the Indus Civilization) en ciudades del Indo como Harappa o Dholavira que, a pesar de poseer un desarrollado urbanismo con grandes barrios separados por muros, no presentan edificios de representación aristocráticos, lo que sugiere una sociedad urbana autoorganizada y colaborativa. También cita los trabajos de Graeber y Wengrow (How to Change the Course of Human History) en Mesopotamia y altiplano mexicano, sociedades complejas, pero esencialmente igualitarias.
El capítulo cinco, el más extenso, se centra en la Península Ibérica tratando parte del registro arqueológico de España y Portugal. Realiza un breve estado de la cuestión acerca de la disciplina y su evolución, de alguna manera paralela a lo que ocurre en Europa. Aborda los avances en la investigación mediante técnicas como el C14 y el análisis de isótopos, que permitieron zanjar cuestiones específicas como el origen local de la arquitectura monumental en el Neolítico y la aceptación de la revolución de los productos secundarios, al menos desde el Calcolítico. Plantea certeramente tres cuestiones concretas: “cómo se organizaron las sociedades no estratificadas del Neolítico, cuál fue el carácter de las transformaciones sociales al calor de la revolución de los productos secundarios durante el Calcolítico y qué forma tuvo la sociedad en la que culminó todo este proceso histórico a comienzos de la Edad del Bronce” (p. 183). Villalobos maneja bien las diferentes hipótesis aplicables a yacimientos concretos, aportando su propia visión. Sin embargo, una crítica posible a la selección de casos es que ciertas áreas geográficas están sobrerrepresentadas, especialmente en lo tocante al Neolítico.
En definitiva, estamos frente a un libro muy bien fundamentado e hilvanado que hasta cierto punto trata de subvertir la interpretación histórica que se ha realizado de la Prehistoria Reciente de la península ibérica. Es de agradecer que esta gran síntesis haya sido realizada desde la historiografía española y no anglosajona. En mi opinión el libro, muy en la línea de obras como El amanecer de todo: Una nueva historia de la humanidad de Graeber y Wengrow (2022Graeber, D. y Wengrow, D. (2022). El amanecer de todo: Una nueva historia de la humanidad. Barcelona: Ariel.) o Contra el Estado de Scott (2022Scott, J. C. (2022). Contra el Estado: Una historia de las civilizaciones del Próximo Oriente antiguo. Madrid: Trotta.), puede suponer la base de trabajos más amplios.
Quizá el título juegue en su contra, ya que, si bien cumple en lo relativo al comunismo originario, no profundiza tanto en la lucha de clases. Desde la dialéctica marxista queda claro que en ciertos momentos de la prehistoria se reúnen las condiciones para la aparición de una clase dominante y por tanto otra dominada. Donde hay explotación, hay oposición, y podríamos inferir de la lógica dialéctica que ese antagonismo debería dejar huellas en el registro material. Si bien el libro refleja la tensión social interna, expresada a través de ciertos mecanismos como la resistencia al cambio en el norte y oeste de la península ibérica durante la Edad del Bronce (p. 223), no es tan claro en cuanto a la lucha de clases en el registro arqueológico. Una excepción es el trabajo del equipo de Vicente Lull sobre el final de la cultura argárica debido a una revolución interna (p. 224). Es posible que la oposición a la explotación se manifestara de forma pasiva, como sugiere Scott en Weapons of the Weak (1985Scott, J. C. (1985). Weapons of the Weak: Everyday forms of Peasant Resistance. New Haven: Yale University Press.), y desde las posiciones teóricas y metodológicas actuales no seamos capaces de detectar esos procesos de oposición.
Villalobos concluye el libro con un alegato a favor de las ciencias sociales y su capacidad transformadora. Destaca que, si la arqueología ha demostrado que la historia es múltiple y que la desigualdad y la explotación no siempre fueron la base de las relaciones sociales, quizá aun podamos construir futuros diferentes.