Trabajos de Prehistoria 80 (1)
enero-junio 2023, e02
ISSN: 0082-5638, eISSN: 1988-3218, ISSN-L: 0082-5638
https://doi.org/10.3989/tp.2023.12317

In memoriam Alfonso Moure Romanillo (1949-2023)

In memory of Alfonso Moure Romanillo (1949-2023)

Pablo Arias Cabal

Instituto Internacional de Investigaciones Prehistóricas de Cantabria (Universidad de Cantabria-Gobierno de Cantabria-Santander Universidades) .

https://orcid.org/0000-0003-0481-7563

pablo.arias@unican.es

Rodrigo de Balbín Behrmann

Profesor Emérito. Área de Prehistoria, Universidad de Alcalá.

https://orcid.org/0000-0002-3947-5308

rodrigo.balbin@uah.es

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Alfonso Moure en la cueva de Tito Bustillo en 1981 (foto Rodrigo de Balbín Behrmann).

El pasado 14 de mayo fallecía en Santander el profesor Alfonso Moure Romanillo, una figura clave en el desarrollo de los estudios sobre el Paleolítico en nuestro país, muy vinculado, además, a esta revista, de cuyo Consejo de Redacción formó parte durante varios años.

Alfonso Moure ha sido uno de los arqueólogos más relevantes de su generación. Fue también uno de los más precoces. Nacido en Santander en 1949, desde su adolescencia frecuentó el Museo de Prehistoria y Arqueología de Cantabria, ya por entonces un centro muy dinámico, abierto a la sociedad, y en su entorno comenzó a familiarizarse con las investigaciones arqueológicas de campo. Y lo hizo en una escuela difícilmente mejorable. Por aquellos años, el subdirector del museo, Joaquín González Echegaray, abordaba, en colaboración con otro joven y brillante arqueólogo, el norteamericano Leslie Gordon Freeman, la excavación de un yacimiento paleolítico clásico, cueva Morín (Villaescusa, Cantabria). En ese proyecto, que supuso un hito en la renovación de la Arqueología española, tanto desde el punto de vista de las técnicas de excavación, como desde el de la introducción de las perspectivas teóricas de la entonces llamada “Nueva Arqueología”, tuvo ocasión de formarse un jovencísimo Alfonso Moure, que participó en las tres campañas de excavación (1966, 1968 y 1969), coincidiendo con otros estudiantes llamados a desarrollar importantes trayectorias en el estudio del Paleolítico y el Mesolítico, como María Ángeles Querol, Soledad Corchón o Geoffrey Clark.

Continuó su formación cursando la licenciatura en Filosofía y Letras en la Universidad de Valladolid, en cuyas aulas destacaba este joven estudiante que, ya antes de finalizar la carrera, había publicado diversos trabajos en revistas especializadas, tal como recordaba hace unos años su condiscípulo y gran amigo Germán Delibes, al glosar su biografía con motivo de la entrega de la Medalla de Plata de la Universidad de Cantabria.

Tras completar la licenciatura, Alfonso Moure se trasladó a la Universidad Complutense de Madrid, donde hizo sus primeras armas como docente y realizó la tesis doctoral bajo la dirección del Prof. Martín Almagro Basch. Los años que pasó en el Departamento de Prehistoria de esta Universidad fueron cruciales para el ulterior desarrollo de su carrera. Allí convivió con otros jóvenes profesores, como Manuel Fernández-Miranda y Rodrigo de Balbín, con los que entabló relaciones de amistad y de trabajo hasta muchos años después. Y también desde allí inició una intensa actividad de investigaciones arqueológicas de campo, en cuevas como La Ermita (Hortigüela, Burgos) (1971), Verdelpino (Cuenca) (1972 y 1976) y, sobre todo, Tito Bustillo (Ribadesella, Asturias) (1972-1986).

En 1978 obtuvo la agregaduría de Prehistoria de la Universidad de Valladolid, y en 1981 la cátedra en esa misma institución. No obstante, permaneció poco tiempo en su original alma mater, y en 1983 se trasladó a la Universidad de Cantabria, donde desarrolló el resto de su carrera, hasta su prematura jubilación, por enfermedad, en 2012. En la joven universidad cántabra fue una auténtica referencia, tal como reconoció esta institución al concederle en 2007 su Medalla de Plata. El profesor Moure desempeñó también una intensa labor de gestión universitaria, en la que destacan los cargos de director de los Departamentos de Prehistoria y Arqueología de las Universidades de Valladolid y de Cantabria y los de Decano de la Facultad de Filosofía y Letras, Vicerrector de Ordenación Académica y Vicerrector de Relaciones Institucionales y Extensión Universitaria en esta última. Fue, además, uno de los principales impulsores de la creación del Instituto Internacional de Investigaciones Prehistóricas de Cantabria, un centro cuya fundación en 2005 debe mucho al prestigio y la capacidad de gestión del Prof. Moure.

Aunque se ocupó ocasionalmente de otras etapas del pasado, las investigaciones de Alfonso Moure se centraron en el Paleolítico, período del que llegó a ser uno de los especialistas más reconocidos de Europa. Sus aportaciones desempeñaron un papel fundamental en la renovación conceptual y metodológica que experimentó la Prehistoria española en los decenios de 1970 y 1980. De su buen hacer tenemos constancia los dos firmantes de esta nota, quienes tuvimos ocasión de colaborar con él en dos etapas particularmente relevantes de su carrera.

La primera, y la que probablemente le haya dado mayor notoriedad, es la que desarrolló en la cueva de Tito Bustillo, en su etapa de profesor en Madrid y Valladolid. En 1972, un recién licenciado Alfonso Moure recibía el encargo de la Dirección General de Bellas Artes de dirigir las investigaciones en esta cueva asturiana, cuyo descubrimiento cuatro años antes había conmocionado al mundo académico y causado gran impacto en la opinión pública. Pese a su juventud -tenía poco más de 20 años- el novel investigador no se arredró ante tan gran responsabilidad. En poco tiempo organizó un modélico proyecto interdisciplinar, que se prolongó hasta 1986 y puso al día las investigaciones sobre el Paleolítico en España. Sus excavaciones en la zona de hábitat contigua a la antigua entrada de la cueva, y los estudios que, en colaboración con uno de nosotros, desarrolló sobre el impresionante conjunto de arte rupestre, convirtieron a esta caverna en una de las referencias del Paleolítico del sudoeste de Europa, como reconocería la UNESCO al incluirla en la Lista del Patrimonio Mundial. Tito Bustillo fue también una verdadera escuela de Arqueología de campo, en la que se formaron muchos de los principales especialistas en la materia de los últimos años del siglo XX.

En su etapa de madurez, ya en Cantabria, su actividad investigadora se focalizó en el estudio del arte rupestre, particularmente en el paleolítico, un tema que le había interesado particularmente desde el inicio de su carrera, y que, además de en Tito Bustillo, había cultivado en diversas partes de España, Coímbre (Peñamellera Alta, Asturias), Domingo García (Segovia), San García (Ciruelos de Cervera, Burgos). En esos años aborda la revisión, con nuevas perspectivas metodológicas, de diversos conjuntos clásicos del arte rupestre cantábrico, como Covalanas y La Haza (ambas en Ramales de la Victoria, Cantabria), La Pasiega (Puente Viesgo, Cantabria) o Santián (Piélagos, Cantabria), así como la documentación de algunos nuevos descubrimientos, entre los que cabe mencionar la cueva de la Fuente del Salín (Val de San Vicente, Cantabria). No obstante, hemos de destacar su fundamental contribución a la puesta en marcha del proyecto de La Garma (Ribamontán al Monte, Cantabria). El hallazgo de la Galería Inferior en noviembre de 1995, uno de los descubrimientos más relevantes del Paleolítico europeo en la segunda mitad del s. XX, supuso un desafío de enorme complejidad. Las características excepcionales del sitio, con centenares de metros cuadrados en los que estaban a la vista decenas de miles de objetos arqueológicos, incluyendo una excepcional colección de arte mobiliar, y estructuras de hábitat magdalenienses, desaconsejaban abordar su estudio desde una perspectiva convencional. Por otro lado, las expectativas creadas por un yacimiento presentado por la prensa local como una “nueva Altamira”, en una región que no había terminado de digerir la política conservacionista que había sacado la original de la lacra del turismo masivo, requerían una compleja y delicada gestión política y administrativa para evitar decisiones precipitadas que pusieran en peligro este excepcional documento del pasado. La experiencia y el prestigio de Alfonso Moure, miembro del equipo gestor del proyecto desde el primer momento, fue fundamental para llevar a buen puerto este reto. También hemos de poner de relieve su generosidad al ceder la batuta a nuevas generaciones de investigadores que, siempre bajo su magisterio, han tenido el privilegio de estudiar esta inigualable cueva.

En otro orden de cosas, hemos de destacar que, pese a ser un gran investigador (o quizá precisamente por serlo), Alfonso Moure estuvo muy lejos de ser el típico académico encerrado en su torre de marfil. Durante toda su carrera prestó una particular atención a la proyección social de su disciplina, tanto en lo que se refiere a la gestión y puesta en valor del patrimonio arqueológico, como a su difusión en todos los ámbitos de la sociedad. En este aspecto destacan sus aportaciones como director del Museo Arqueológico Nacional (1987-1988) y como comisario de diversas exposiciones, así como sus numerosas publicaciones destinadas al gran público. Alfonso Moure era una persona con una envidiable capacidad de comunicación. Cercano, generoso, dotado de un gran sentido del humor y de un verbo y una pluma fluidos, sabía hacer fácil lo complejo y transmitir sus enormes conocimientos y su entusiasmo por la Prehistoria no solo a sus alumnos, sino a los miles de personas a las que llegó a través de sus libros y artículos o de sus innumerables conferencias. Los que tuvimos la suerte de colaborar con él, de aprender de su ciencia y, sobre todo, de compartir su amistad, lo tendremos siempre presente en nuestra memoria.